13 oct 2009

Peru: Identidad, nación y diversidad cultural PARTE 1

Peru: Identidad, nación y diversidad cultural
Por Carlos Iván Degregori

1. Diversidad cultural y globalización
Basta prender la radio_ mirar la televisión o pararse frente a un kiosko de revistas y periódicos para darse cuenta de la multitud de conflictos religiosos, lingüísticos, raciales o nacionales que conmocionan amplias zonas del planeta. En otras palabras, conflictos en los cuales la cultura (lengua, religión, modos de vida) y la historia (tradiciones nacionales o étnicas) juegan un papel fundamental.
Estos conflictos tienen lugar en países que nos suenan lejanos como Afganistán, Rwanda o Somalía, pero también otros ubicados en pleno corazón de Europa como Rusia, la ex - Yugoeslavia e incluso España, donde los extremistas vascos de la ETA continúan ensangrentando el país, o hasta hace muy poco Irlanda del Norte, parte de la muy civilizada Gran Bretaña.
Por eso, si durante buena parte del S.XX, el mundo se vio envuelto en sangrientos conflictos ideológicos que pusieron alguna vez al planeta al borde de su destrucción atómica, algunos anuncian que el S.XXI estará marcado por conflictos culturales, por lo que, Huntington llama "el choque de las civilizaciones", y cuando dice civilizaciones, podemos entender culturas(1).
Sin embargo, es posible que Huntington exagere pues no todo es negativo. Basta también prender la radio, mirar la televisión o pararse frente a un kiosko de revistas y periódicos para ver, por ejemplo, al presidente Fujimori frotándose las narices con un jefe maorí en Nueva Zelanda. Vimos esa imagen hacia mediados de 1999, en una reunión de presidentes de los países de la cuenca del Pacífico, que se perfila como el principal escenario económico del S.XXI. Hasta hace algunas décadas, pocos sabían donde quedaba Nueva Zelanda y casi nadie había oído hablar de los maoríes, y menos aún sabía que se saludaban frotándose las narices.
Además, hasta hace algunas décadas se creía que país desarrollado era sinónimo de país occidental y cristiano; que para desarrollarse los pueblos tenían que olvidar sus tradiciones y volverse modernos. Tradición y modernidad se entendían como dos polos excluyentes; y el desarrollo como un proceso de modernización homogenizadora. Conservadores, nacionalistas y revolucionarios compartían el mismo criterio, aunque para cada uno de ellos el final de la película fuera diferente. Para unos, al final todos compartiríamos el "modo de vida americano". Para los nacionalistas y populistas, al final todos seríamos uniformemente mestizos y castellanohablantes. Para los revolucionarios, todos pasaríamos por un proceso de proletarización para llegar a alcanzar el ideal del hombre nuevo proletario.
Hoy, por el contrario, se reconoce:
Que hay diversos caminos a la modernidad y al desarrollo, que el proceso no es necesariamente único, lineal, ni conduce necesariamente a la uniformización.
Que no hay oposición tajante y excluyente entre tradición y modernidad. Más bien las tradiciones, o al menos algunas, pueden ser útiles para el desarrollo, pueden constituir un activo y no un pasivo en los esfuerzos por incorporarse ventajosamente en el mundo global. A partir de estos dos primeros puntos, se reconoce también:
Que el desarrollo no se mide sólo por indicadores macroeconómicos como producto bruto interno (PBI) o ingreso per cápita, sino que implica también factores de calidad de vida, social y cultural. Comienza a reconocerse, por tanto, el papel de las diferentes culturas en el desarrollo. Más aún, la necesidad de imaginar un desarrollo que posibilite el florecimiento de la diversidad cultural, como afirma un reciente informe de la UNESCO, titulado Nuestra diversidad creativa.
Estos cambios tienen que ver con el nuevo fenómeno de la globalización, o mundialización. En sentido estricto, podríamos decir que la globalización se remonta a tiempos muy antiguos, desde que Colón llega a América y Magallanes da la vuelta al mundo, o desde la expansión imperialista del capitalismo, especialmente a partir del S.XIX. Pero en estas últimas décadas se producen un conjunto de transformaciones que dan origen al fenómeno que hoy se conoce como globalización (2). Una de las caras de esa globalización es efectivamente la homogenización, e incluso la uniformización: en todos los rincones del planeta se consumen Coca-Cola, Mac Donalds y las canciones de MTV. Pero la otra cara de esa misma moneda es la fragmentación, o al menos el fortalecimiento de identidades locales.
En efecto, no todos se 'aculturan' o no lo hacen totalmente. Por el contrario, conforme se intensifican los contactos entre pueblos y culturas diferentes se intensifica también el deseo de esos pueblos de reafirmar sus identidades propias. Esto sucede porque cualquier identidad colectiva, cualquier Nosotros, se define en contraste con los Otros, con los diferentes (3). Por tanto, conforme se intensifican los contactos con esos otros diferentes, surge la necesidad o al menos la posibilidad de fortalecer ese Nosotros. Así tenemos por ejemplo a los migrantes peruanos en EEUU o en España, que son los que más extrañan la comida y la música peruana, los que con más devoción sacan las imágenes del Señor de los Milagros o del Señor de Qoyllur Rit'i en procesión por las calles de Madrid o Nueva York. Llevada al extremo, esta tendencia a fortalecer la identidad propia en contraste con las diferentes puede desembocar en la xenofobia o en las denominadas "limpiezas étnicas" que hemos visto en tiempos recientes en diferentes partes del mundo.
Existen, por cierto, otras posibilidades. Siempre está abierta la vía de la aculturación, de olvidar la cultura propia y asimilarse a la hegemónica. Los ejemplos de peruanos en el extranjero que ya no quieren o no pueden hablar castellano; o de migrantes quechuas o aymaras en Lima que no quieren o incluso tienen vergüenza de hablar su propio idioma, son también numerosos.
Lo cierto es que la globalización abre diferentes posibilidades: puede llevar q. la uniformización o al florecimiento de la diversidad cultural. ¿Cuál es la mejor opción para el Perú en el S.XXI?

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