14 oct 2009

Cultura y discriminación social en la época de la globalización


Mario Margulis
Habría que considerar con prudencia la palabra «globalización» en tanto categoría de modalidades discursivas de un dispositivo massmediático que contribuye a deshistorizar los acontecimientos mundiales, proponiéndonos un mundo global cuyas asimetrías, contradicciones y desigualdades aparecen naturalizadas ante la velocidad de la información y la presunta racionalidad de los mercados. La idea de global tiende a crear la ilusión de un mundo equilibrado y equidistante, en el que se desarrollan en interacción creciente intercambios de todo tipo: mensajes, dinero, influencias culturales, mercancías:
un planeta «mondo y lirondo» en el que se distribuyen en forma equitativa y homogénea los actores económicos y sociales, emisores y receptores, productores y consumidores. Sin embargo, a poco que se analice, se tornan notorias las contradicciones, desigualdades y asimetrías: la direccionalidad e intensidad de intercambios permiten apreciar polaridades espaciales y económicas, que concentran el poder de decisión en el plano económico, político e informativo. En el mundo actual, a la concentración de poder económico, desarrollo tecnológico y fuerza bélica, corresponden localizaciones territoriales y políticas: estas concentraciones del poder pueden referirse al plano nacional (Japón, Estados Unidos, Unión Europea), a algunas ciudades (Nueva York, Londres, Tokio)1, o a las empresas multinacionales más importantes que dominan en el ámbito de la innovación tecnológica, en el plano financiero o en la producción y suministro de energía. También están desigualmente distribuidos el control de las comunicaciones, la capacidad de emitir y recibir mensajes y el poder institucional en el plano de lo simbólico. Los procesos de internacionalización tienen una larga historia: desde la«economía mundo» de Wallerstein, que se remonta a la expansión europea del siglo XV, las economías se han interrelacionado progresivamente, siendo inherente al modo de producción capitalista su carácter expansivo e internacional. La base de la etapa actual de la llamada globalización reposa,
sobre todo, en el auge del capital financiero y en el carácter crecientemente trasnacionalizado de sus transacciones. Ello se vincula con el desarrollo informático y comunicacional que otorga peculiar agilidad y ligereza al traslado de la información, prácticamente paralela al movimiento de los capitales y, sin duda, con la generalización del modelo neoliberal, que impone a los mercados de todos los continentes, en especial a los mercados financieros, los mismos lenguajes y las mismas normas.
En el neo-lenguaje de la globalización, sin duda derivado de la hegemonía de las finanzas, los países que antaño se conocían como del Tercer Mundo, periféricos o simplemente subdesarrollados, ahora adquieren -cuando se desempeñan bien la nueva condición de «mercados emergentes» noción que indica la posibilidad de obtener beneficios a través de rápidas entradas y salidas abiertas a los capitales «volátiles» al calor de las etapas y peripecias de las privatizaciones, ajustes y flexibilizaciones que componen el catecismo universal de esta etapa de expansión del capitalismo a escala mundial. En la Argentina somos un mercado emergente, condición compartida con Brasil, Venezuela, los «tigres» asiáticos, Rusia, Polonia y muchos otros países, indicando que la babel de idiomas y culturas, de costumbres, sistemas políticos, historias pasadas y recientes, ha claudicado –por lo menos en lo que atañe al ámbito del dinero– en las puertas de las bolsas de comercio y de las grandes casas bancarias.
1. Nuestro tema es la cultura, no la economía ni las finanzas; sin embargo parece evidente que vastas esferas del mundo cultural –los sistemas de signos, las costumbres, las formas estéticas, la velocidad, el tiempo, los objetos que deseamos, y aun la materia misma de nuestros deseos y de nuestros pensamientos– están fuertemente influidos por la dinámica que adquieren los procesos económicos a escala mundial, vehiculizados por los mercados que responden a su vez a acuerdos políticos y financieros de orden supranacional, a la articulación de los países en grandes bloques comerciales, a la imposición de signos universales que todos entienden y de sistemas de comunicación instantáneos que llevan el mundo entero al interior de los hogares, propiciando modalidades de consumo que atraviesan el globo y desafían la diversidad de los lenguajes. El consumo avanza sobre la cultura, más aún, se inserta en ella. Cada nuevo producto coloniza un espacio semiológico, se legitima en un mundo de sentidos y de signos, arraiga en un humus cultural. El intercambio de productos, la mundialización de algunos bienes o servicios, como la Coca Cola, las comidas «rápidas» el automóvil o los servicios bancarios, requieren también, previamente, sistemas de percepción y apreciación compartidos, códigos comunes, una cierta estandarización en los signos, valores y ritmos. Todo nuevo producto –Y más un bien producido por una empresa mundial para su consumo en ámbitos diversos– coloniza un territorio cultural, influye sobre las costumbres, los hábitos, los gustos y valores, requiere un capital cultural para su uso y, con frecuencia, inicia una cadena de nuevos lenguajes.
Insistiremos en el tema del efecto cultural de los consumos, en los requisitos semiológicos vinculados con la incorporación de un nuevo producto –bien o servicio– en el proceso de colonización de mercados lejanos. Lo local se articula con lo global, entran muchas veces en confrontación pero también se integran. Lo global no destruye lo local; a veces, como productor de diversidad, lo intensifica, ratifica las identidades que son relacionales y se nutren de la otredad. A título de hipótesis podríamos pensar que existen en cada sociedad códigos culturales superpuestos, tramas de sentido que tienen diferente alcance espacial: desde los códigos particulares que sólo afectan a pequeños grupos –tribus que comparten contraseñas identificatorias–, códigos más amplios que abarcan zonas urbanas o regiones que participan de un mismo lenguaje, memoria, costumbres, valores, creencias y tradiciones y, por último, ámbitos de lo cultural vinculados con la irrupción de la globalidad en el plano local, dentro de la esfera de consumos de productos de todo orden –incluidos los massmediáticos– que requieren de competencias especiales y que originan formas locales de metabolismo y aplicación de los códigos, significados, valores y ritmos implícitos en los productos. Y estas tramas culturales superpuestas están en constante intercambio y transformación, sumidas en procesos de cambio y en luchas por la constitución e imposición de sentidos que, por supuesto, no están desvinculadas de las pujas y conflictos que arraigan en la dinámica social.
Asimismo, se suele destacar que el incremento de los procesos de migración internacional determina la continuidad de culturas nacionales localizadas fuera del territorio de origen. Lógicamente, estas poblaciones emigradas entran en un proceso de evolución diferente respecto de aquellas que permanecen localizadas en el territorio original. No está demás mencionar que los procesos de desregularización, recomendados por la avanzada neoliberal, suponen, entre otras cosas, eliminar trabas para la circulación de mercancías y capitales, pero no incluyen ni propician la equivalente libre circulación de personas en tanto fuerza de trabajo.
Entre los efectos producidos por el auge de los modelos neoliberales se impone en la vida cotidiana el avance del desempleo, la pobreza y la inestabilidad laboral. La actual etapa de acumulación capitalista, cuyas condiciones técnicas, financieras e ideológicas dan lugar a la aceleración de la globalización, acarrean, aun en los países más avanzados, una profunda crisis en el sector asalariado: aumento del desempleo, limitaciones en la seguridad social, avance en la desprotección, pobreza y exclusión. La estabilidad laboral ha sido durante muchos años, en los países más industrializados, la base de la inserción social, el soporte de los lazos sociales y de un sistema de representaciones y de prácticas integrado en los códigos culturales que regían la vida cotidiana. La crisis en la estabilidad laboral, el desempleo acompañado por la inseguridad en el empleo, la creciente desprotección social, erosionan los modos en que millones de individuos se ubican e identifican dentro de su medio social. Tal crisis impacta profundamente en la cultura. Se está planteando como problema, en países europeos, la necesidad de restaurar formas de dignidad que estén desvinculadas de los lugares sociales relacionados con el trabajo y la profesión, que tradicionalmente formaron parte de una noción de estabilidad e inclusión que abarca a la vivienda, la familia, el trato con los vecinos, el espacio ocupado en la comunidad.
Los modelos económicos preponderantes que caracterizan el mundo actual, impregnados de la ideología neoliberal, no conducen a que el maravilloso desarrollo técnico alcanzado redunde en mejorías manifiestas para la población. El impacto de la tecnología, que acarrea un enorme aumento en la productividad del trabajo y, por lo tanto, abre la posibilidad de producir más y mejores bienes al alcance de un mayor número de personas, no concuerda con la evolución de los mecanismos de distribución social del producto. El avance de la productividad no reduce en términos globales el hambre y las privaciones, no se concreta en nuevas oportunidades de desarrollo humano para un mayor número de personas, no se avecina el «reino de la libertad». Ocurre lo contrario: desemboca en beneficios acumulados por los conglomerados económicos más poderosos y en el auge del nivel de vida de las capas más ricas; para las mayorías implica inseguridad económica y laboral, deterioro en las condiciones de vida y de bienestar, nuevas masas excluidas y al borde del hambre y la desesperación. Los logros de la ciencia y de la técnica, la reducción del tiempo de trabajo necesario para la elaboración de los productos, la automatización, no se traducen, procesados por los modelos económicos predominantes, en reducción de la jornada laboral ni en mejores condiciones de trabajo y de vida, se convierten asombrosamente en aumento del desempleo, en peores condiciones laborales, en mayor inseguridad social, en vulnerabilidad y desamparo, abandono y exclusión para millones de personas en todo el mundo.

Este aumento de la sinrazón no es nuevo, arraiga en la lógica del capitalismo que, con todo, encontró en su desarrollo histórico limitaciones sociales que redundaron en nuevos equilibrios, en un avance general en el nivel de los salarios y las condiciones de trabajo y en una moderación de la voracidad ilimitada del capital, que fue impuesta por los movimientos laborales organizados y por el desarrollo mundial de las luchas sociales y políticas; también esta limitación, estos frenos, están vinculados indirectamente con las propias exigencias del modelo productivo, con el propio interés del capital, que necesita mercados en expansión, compradores, demanda efectiva, o sea personas dotadas con poder adquisitivo para completar el circuito de realización del plus-valor. Por consiguiente, la mejoría en la distribución de la riqueza ha contribuido históricamente al aumento de la demanda y al crecimiento general. La etapa actual que atraviesa el mundo, en la que se inscriben la mentada globalización y la expansión de las políticas neoliberales, está signada por la brusca alteración en los equilibrios del poder económico, político y militar a escala mundial. La cadena de procesos que desembocan en los acontecimientos sintetizados por la caída del Muro de Berlín, desequilibra la escena política y las pujas por el reparto del producto y el poder. Se debilitan los factores que habían dado lugar al rápido desarrollo del Estado de Bienestar en algunos países, al logro de conquistas laborales, de condiciones de trabajo, de formas de protección social. El modelo en vigencia tiende a reducir el papel del Estado, a debilitar los sindicatos, a hacer retroceder las conquistas laborales. Se observa paradojalmente que al mismo tiempo que los logros de la ciencia y la tecnología incrementan la productividad del trabajo, la jornada laboral tiende a alargarse, anulando conquistas obreras en el plano de las condiciones de trabajo que protegían la salud física y mental del trabajador y las condiciones de reproducción de su familia, retrotrayendo este campo a situaciones que estaban en vigencia en el siglo pasado. El capitalismo se mundializa, avanza hacia zonas del globo que se ofrecen para su expansión o hacia países en que su desarrollo era débil. La caída del Muro simboliza un proceso que ya estaba en marcha y que significa la apertura de inmensos territorios a la expansión del capital; una porción muy importante de la población del planeta ingresa ahora a los juegos del capitalismo: como mercado para sus productos, como fuente de materias primas o como yacimiento de mano de obra barata, también corno «mercados emergentes» para las diversas formas de valorización del capital financiero. En esta etapa, parecería que el capital más concentrado a nivel mundial esta orientado hacia la «digestión» de estos nuevos territorios incorporados a la órbita del capitalismo; la fuga hacia adelante que significa esta expansión territorial permite al gran capital, en su conjunto, desentenderse de las consecuencias negativas que origina en el interior de los mercados nacionales la pérdida de poder adquisitivo por parte de sectores mayoritarios de la población. El recrudecimiento de las luchas de clases en el interior de los países, manifestada por la ofensiva contra las condiciones de trabajo, la erosión de los salarios, la duración de la jornada laboral, la reducción de los salarios indirectos implicados en la seguridad social, la puja por debilitar la representación obrera en su negociación con el capital (tendencia a sustituir los convenios colectivos de trabajo en favor de las negociaciones por empresa), en resumen: el ciego embate de la avaricia del capital que redunda en un aumento de la explotación, acarrea en lo inmediato un aumento en la tasa de ganancia en las empresas que están en condiciones de beneficiarse con el modelo, y las desventajas en cuanto a capacidad de realización del plusvalor que emanan del debilitamiento del poder adquisitivo en los mercados internos se compensan para los sectores hegemónicos del capital, con la posibilidad de expandirse hacia nuevas zonas del globo y de concentrarse aún más en aquellos lugares en que están instalados o donde ahora ingresan, con eliminación de la competencia (caso de trasnacionales de la comercialización: hipermercados, cadenas de fastfood, de fabricantes de alimentos envasados, cuya expansión es facilitada por los modelos neoliberales y que redundan en la eliminación de miles de pequeños comercios y reducción de puestos de trabajo). Se producen entonces, en este periodo, circunstancias políticas que facilitan a ciertos sectores de la economía mundial la obtención de ganancias extraordinarias, su reubicación en el mercado internacional, el avance hacia nuevos territorios y un aumento en la concentración desplazando la Competencia, y ello viene acompañado por una cantidad de discursos en diversos planos de la teoría económica, histórica y social, de la política, de la cultura y de la estética que tienden a naturalizar las ventajas que el capital más concentrado obtiene de la coyuntura. Sin embargo no hay que olvidar, para apreciar y predecir la duración y el equilibrio de esta coyuntura, el peso social y político que pueden llegar a adquirir las masas progresivamente desplazadas del producto social. En todas partes, inclusive en los países más ricos, se observa un número creciente de excluidos de la torta global que son absurda y ciegamente empujados hacia senderos sin salida.

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